martes, 31 de mayo de 2011

Un mensaje


El viernes, 27 de mayo, cuando volvía a Salamanca desde Peñíscola, rumbo a Madrid, después de cuatro días abordando el tema de la evangelización en España, martilleaba dentro de mí el deseo de hablar de Jesús a todo el que tuviera por delante. Poco después de estar sentada y pensando en todo lo que tenía que hacer nada más llegar a mi ciudad, alguien se sentó a mi lado. Era una muchacha latinoamericana. Y ahí estaba la oportunidad de cumplir todo aquello que había prometido: hablar... No necesité iniciar nada, ella me bombardeó con preguntas y más preguntas amablemente. Así pude comentarle de dónde venía, que era cristiana evangélica y lanzarle la pregunta: ¿y tú? Dijo que de pequeña su abuela, católica, la llevaba a misa, pero casi obligándola a ella y a sus hermanos. Y ahí tuve la oportunidad de contarle cómo es nuestra relación con nuestro Dios. Le hablé de su amor tan grande que lo hizo enviar a su hijo para que tengamos vida. De cómo empezar una nueva vida, dejando la vieja atrás. Y que conocer su voluntad a través de su Palabra es importante. Esto la hizo recordar que allá en su país, su abuela tenía una Biblia y que siempre estaba abierta en el Salmo 91, y que era lo único que había leído. Es uno de los que más me gustan -le dije-, ¿quieres que lo leamos? Y lo hicimos. Y pude decirle que todo lo que el salmista nos estaba diciendo se cumpliría si nos acercamos a Él. Se lo decía a ella, pero yo también iba sintiendo la caricia de sus alas rodeándome en mis momentos de necesidad. Sentí afecto por esa muchacha. La puse en el lugar de mi hijo, sin diferencias. Lo sé, eso no es normal, pero Dios lo ha decidido así y no pregunto. Le regalé mi pequeña Biblia que llevaba en el bolso y una cajita que contenía tarjetitas con versículos alentadores que le gustaron. El tiempo pasó volando como ella comentó: que el viaje hasta Madrid se le había tornado fugaz. Me dio un bocadillo que llevaba, para que no pasara hambre hasta llegar a mi destino. Le di mi número de teléfono y nos despedimos. Espero que nos volvamos a ver, dije. Yo, contenta de haberle hablado del plan de salvación.

Tenía que esperar hora y media en la estación antes de coger el autobús que me llevaría a Salamanca. Tenía unas ganas locas por llegar a casa. Pensaba que perdía tiempo allí. Tomé un café. Y de pronto vi una tienda de regalos. Entré y vi que la dependienta era una muchacha del otro lado del charco. Voy a mirar las cosas, le dije. Ella sonrió y me dijo que muy bien. Había una radio funcionando y oí que hablaban de un pasaje de la Biblia, pero no percibí con claridad cuál. Me volví hacia la chica y le pregunté: ¿eres evangélica? Sí, soltó. Me sentí tremendamente convulsionada y sólo pude decir: es la segunda vez en este día que Dios me confronta con su palabra. Y no sé por qué le conté brevemente lo sucedido en el autobús y que había leído el salmo 91. Pues en la radio están hablando del Salmo 91, comentó. Seguro que Dios te está mandando un mensaje a través de este salmo.

No puedo describir la emoción que me embargaba. Me sentí la favorita de Dios. Ése que sabe lo que necesitamos en el momento exacto, en la medida perfecta. Yo pensaba dar, pero recibí más. Y es que me cuesta pedir para mí, casi me siento en deuda. Pero ya sé que no necesito hacerlo, Él lo sabe. Bajo mis alas estarás segura. Si me pones por tu habitación, decía su mensaje. Te cubriré con mis plumas y bajo mis alas hallarás refugio; Me invocarás y yo te responderé en tus momentos de angustia...

Dios habla hoy como ayer, a través de Su palabra, me dije. Eso dice mi amiga Eva del blog Elim, el oasis... Quería gritar que en pleno siglo XXI Dios me había enviado un mensaje. Seguro que muchos he recibido de Él, pero éste ha sido fabuloso. Quizá parezca ingenua al decir esto en esta época posmoderna y postodo, pero no me importa. Me he creído Su historia. Y eso es lo que nada ni nadie me podrá quitar. Me falta mucho, pero quiero ir puliéndome según el modelo del Hijo. No es fácil, ya lo sé. Pero vamos, que no es poco.


También esa tarde pude conocer la historia de una persona que había puesto su confianza en el Señor. Una chica sencilla que pudo decirme que sólo Dios trae la paz y que todo lo demás son estrellas fugaces que pasan. Estuve alejada un tiempo, dijo, dejé de congregarme, pero hace un mes he vuelto pues en mi vida sólo había oscuridad.

Salí de allí con un gozo que todavía no puedo explicar. Las lágrimas rodaban por mis mejillas...


Gracias, Dios, por cuidar de tus hijos aun cuando no son perfectos. Pero tu conoces los corazones. Y eso es lo que importa. Tú eres el pastor perfecto, Justo, Fiel, Misericordioso... Eres el Todopoderoso.

Esto se lo dedico a una querida amiga que está pasando por momentos de angustia. Ya sé que lo sabe, pero le repito que nuestro Dios está al control de todo. Y que la ama de tal manera... Debajo de sus alas hay refugio cálido.

Jaqueline














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