En
la parábola de los talentos vemos cómo un hombre dota de unos bienes (talentos)
a cada uno de sus siervos, según la capacidad de cada uno. Y así es Dios; no te
va a pedir más de lo que tienes pues conoce tus límites. Dos de estos hombres
conscientes de lo que recibían no esconden sus talentos, sino que los invierten
para obtener rentabilidad. El tercer hombre tiene miedo y por ello lo esconde
para no perderlo. Eso nos puede pasar a ti y a mí con nuestros talentos. A
veces el miedo a perder, hacer el ridículo, parecer orgullosos, nos hace
desistir, paralizarnos… La verdad es que de nada sirve un talento si no es para
hacer bien. Si no va acompañado de pasión, de espíritu de lucha, de
perseverancia, de agilidad.
Muchas
veces, Dios no medirá nuestros logros en productividad, mas sí en fidelidad. Y
nos dirá que en lo mucho o en lo poco hemos sido fieles o infieles. Diligentes o negligentes en el día a día de
nuestra vida en Su Reino, que ya está aquí y ahora y que luego será en toda su
plenitud. Y mientras esperamos, Dios nos llama a servirle. ¡Qué privilegio y
honor! No hemos hecho nada para merecer este regalo pero Él nos valora. ¿Cuál
es nuestra respuesta a tanta consideración? ¿Somos diligentes al servirle? ¿Lo
hago buscando la excelencia haciendo todo como para Él y no para los
hombres?
Empecemos
el año reflexionando cómo estamos ejerciendo nuestros respectivos ministerios,
dentro o fuera de la iglesia. Si hemos caído en la rutina, el cansancio. Si
hemos perdido la pasión. Reflexionemos… Tal vez estamos malgastando nuestros talentos
o los estamos invirtiendo en el lugar equivocado.
Asumamos
nuestras responsabilidades que se nos ha dado según nuestras capacidades.
Seamos siervos útiles; vivamos con gozo nuestro papel en el Reino.
Tejares, 1 de enero de 2014
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