viernes, 18 de abril de 2014

PADRE NUESTRO



 


Padre nuestro que estás en los cielos... ¡y en la tierra también!, contigo y conmigo, con ellos, con los otros, que podrían estar excluidos pero resulta que no es así, pues Tus cánones no son imperfectos como los nuestros. Así entendí esta forma de clamar esta oración, durante la visita de un hermano defensor de los marginados, que a veces la tengo tan repetida que ya no sé lo que digo, y a veces solo pienso en mí. A veces voy tan rápido que he olvidado que el reino de Dios, ese que esperamos, ya está aquí y se hace evidente cuando suelto un poco de pan al que está a mi lado, o está lejos, y no lo conozco siquiera. O cuando perdono sin que me lo pidan de rodillas, o cuando no le pongo zancadillas a nadie como de vez en cuando lo hacemos los humanos. Cuando entiendo a los jóvenes, a los mayores, a los que piensan diferente... Cuando no hiero con mis palabras y mis actos. Cuando no miro por encima del hombro porque me creo más hijo que los demás. Cuando acaricio a los niños que no son los míos y los arropo con suaves caricias.

Padre nuestro que estás en todas partes... no nos dejes olvidarnos de nuestro compromiso y entrega para con el hombre. Que nuestro compromiso con el proyecto de Jesús, plasmado en sus parábolas, sirva para contrarrestar los valores de un mundo sin tu justicia (en los dos sentidos). Que estemos dispuestos a hacer tu voluntad, solo la tuya, aunque no la entendamos, porque la copa que toca beber nos se bebe fácilmente. Que entre sorbo y sorbo clame por los sufrientes y marginados, así como clamaba Jesús cuando sorbía la suya mientras pagaba nuestras deudas, trayéndonos Esperanza.

Padre nuestro que estás a mi lado... no me sueltes; átame con tus cadenas de amor, de misericordia, de amistad, como si fuese Lázaro, Marta o María, esos de Betania con los que Jesús compartía mesa amical. Que pueda tocar tu manto para sanar. Toca la lepra que hace huir a los que me rodean. Dame de comer de los panes y los peces que hay en tu cesto pues el camino ha sido largo para seguirte. Siéntate en mi mesa donde solo se sientan los que necesitan de tus medicinas, pues los sanos ya se fueron sin despedirse.

Que tenga la ingenuidad de un niño a pesar de mi madurez, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Padre nuestro, Padre nuestro...


Jacqueline de Salamanca  (Boletín Iglesia marzo/2010)

1 comentarios:

yanmaneee dijo...

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