¿Necesitaba
este siervo de Dios a otros en estos momentos? Como fiel soldado de Jesucristo
seguro que no se echaba atrás a la hora de las penalidades; es evidente que
sintió el aguijón de la soledad y el abandono. Cristo mismo buscó la compañía
de Pedro y de los hijos de Zebedeo en Getsemaní porque su alma estaba triste. El
Hijo de Dios también se sintió abandonado; podemos pensar cuánto necesitaba
tener en ese momento de agonía a todos sus discípulos. Dios mismo dijo que no
era bueno que el hombre estuviera solo.
Pablo
vive también momentos de angustia; la coyuntura le era poco favorable, estaba
considerado como persona non grata, acusado injustamente por Nerón… Los más cercanos y
fieles estaban cumpliendo con su deber de extender el evangelio, había que
continuar la siembra. Otros se habían dispersado; no era para menos, sus vidas
corrían peligro a causa de la persecución, no habían entendido que sostenidos
por la fuerza de Dios podían soportar el sufrimiento en aras de la propagación
del evangelio.
El
apóstol, ya anciano, enfermo y sabiendo que el tiempo se le acababa, seguro
recordaba la primera vez que fue encarcelado. Nada más llegar a Roma le
recibieron sus hermanos.
Ahora,
se les había acabado el compromiso. Pero siempre queda un remanente; Lucas
estaba ahí, como fiel amigo. No se avergonzaba de dar la cara por el Señor y
por el apóstol, su prisionero… Tal como él le había pedido por escrito a
Timoteo, que fuese un buen soldado de Cristo y se mantuviera fuerte, apoyado en
su gracia. Cómo se valora a los que resisten de forma incondicional y que están
dispuestos a darlo todo. Todo lo contario de Himeneo, Alejandro, Figelo,
Hermógenes, quienes por razones diversas desertaron, no le respaldaron en este
momento de necesidad. ¿Qué pasaba con los otrora fieles y comprometidos
colaboradores?
Pero
Pablo, aun en medio de su valle de sombra de muerte, triste por la separación
de aquellos con los que compartía el pan, las alegrías, las tristezas. Aquellos
por los que había dado la vida para anunciarles el mensaje evangélico
acompañado de poder, de Espíritu Santo y de profunda convicción. Parece que
tomara las palabras de Habacuc cuando dice: ¿Por qué me haces ver tanta iniquidad y, sin más, contemplas la
opresión? Ante mí veo violencia y destrucción; surge la querella y se alza la
contienda. La ley se ha vuelto inoperante, ya no prevalece el derecho; el impío
puede acorralar al justo, cuyo derecho queda conculcado.
Sin
embargo, Pablo, el que cantaba himnos de
alabanza estando prisionero, podía oír la respuesta del Señor a sus
inquietudes:
Él
lo sabía; no en vano había dicho: Que el
Dios de la esperanza llene de alegría y paz vuestra fe para que desbordéis de esperanza sostenidos
por la fuerza del espíritu. Se trataba de complacer a Dios, y si eso implicaba
padecer sufrimientos y ultrajes, estaba dispuesto a entregar no sólo el mensaje
evangélico sino incluso la propia vida. Esto me lleva a pensar rápidamente en
nuestros hermanos que no escapan de los peligros allá por Mexico, Irak, Irán,
China, Corea del norte. Perseguidos pero no abandonados; en apuros pero no
desesperados…
Sin
embargo, el reino de los cielos ya se había acercado… y lo pudo ver aquí y
ahora en forma de hombre, de prójimo, de samaritano… Era Onesíforo. Siempre
queda un remanente, ¿verdad? Seguro que muchos de los hermanos habían orado por
él. Recuerdo cuando lo pedía a los romanos (Ro. 15.30). Y ahí estaba Onesíforo
cargado de misericordia, y de seguro cargado de más cosas, materiales y de
afecto.
Agradece
y valora; bendice al buen amigo. Abandonado, rechazado e injuriado, Pablo hace
gala de su contentamiento. La ortopraxis elevada a la máxima potencia.
Onesíforo
le visitó en los peores momentos, mostrando generosidad y gratitud. Dice que le
buscó de forma impaciente, sin descanso hasta encontrarle. Perseverante.
Jesús
había mencionado a los presos y cuál debía de ser nuestra actitud hacia ellos
en Mateo 25.36. Y esto hizo Onesíforo, dispuesto a ser refrigerio para Pablo,
su compañero de milicia. Dispuesto a darse en sacrificio, simulando a Cristo, pues
podían acusarle también. Y destaco la alusión que el apóstol hace a la familia
de Onesíforo, lo cual quiere decir que ésta apoyaba plenamente la decisión
tomada por él con todas las consecuencias inherentes a la misma. Y no estorbaron su obra; ya en Éfeso había
sido un efectivo colaborador de los que llegaron allí para predicar el
evangelio.
Y
dice más: que Onesíforo fue su paño de lágrimas, como el tuyo o el mío en medio
de esta generación… Ni el mismísimo Pablo se libró de derramar lágrimas a punto
de necesitar ayuda para enjugarse. ¿Pero qué podemos pedir más nosotros cuando
nuestro Dios al bajar a este mundo derramó las suyas? En su humanidad exclamó: ¡Dios
mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado? (Mr 15.34).
El
enemigo tenía intención de desanimar y abatir, incluso hacerle abandonar su
ministerio, como le puede pasar a cualquiera, a este siervo de Dios fiel, humilde,
obediente… Pero él mismo había dicho: Esta es la razón por la cual nunca nos
desanimamos. Aunque nuestro cuerpo mortal se va desmoronando, nuestro ser
interior va recibiendo día tras día nueva vida… Esto que ahora vemos pasa; lo
que aún no se ve, permanece para siempre (2Co 4.16-18).
El
enemigo es muy fuerte y se vale de todas las estrategias. Todo con tal de
hacernos abandonar a nuestro Dios, de hacernos ver todo lo negativo y de lo
difícil que es caminar por esta tierra. Numerosos ejemplos tenemos en la Biblia
que nos dicen que esta etapa la vivieron grandes siervos de Dios, mujeres y
hombres, que se sintieron desalentados y decepcionados; y de seguro que había
muchos que dijeron que no existía una teología del sufrimiento pues solo la
prosperidad puede acompañar a los que verdaderamente han creído. Una estrategia
más del enemigo.
El
abatimiento de Jesús, como humano, nos da la licencia para sentirnos abatidos,
para que Pablo su siervo se sintiera abatido. Pero sabiendo que Su voluntad es
perfecta. Cristo deseó que el vaso pasara de largo, pero también que no se
hiciese su voluntad sino la de su Padre. Entonces, ¿podemos decir que el
apóstol en este momento de tristeza, no tenía fe? No; de ninguna manera, pues
ya había entendido que el poder de Dios se perfeccionaba en su debilidad. Debía
bastarle Su gracia.
Por
eso, mi hermano, no te sientas desanimado. Santiago dice que el mismo Elías
estaba sujeto a pasiones. ¿Qué pues pediremos nosotros? ¿Ser más? ¿Cuando hay
uno que se sintió en agonía por nosotros, usurpando la nuestra? ¿Qué pues
pediremos?
¿Quién
nos va a apartar del amor de Dios? ¿Enfermedades, persecuciones, insultos,
burlas, murmuraciones…? Pues va a ser que no. Si Él es por nosotros, ¿quién contra
nosotros?
La
visita de Onesíforo le había dejado un stock de fortaleza y ánimo para muchos
meses, lo afirmamos porque lo podemos sentir en nuestra propia piel. Sólo hemos
cambiado de siglo. Esos recuerdos le animan a seguir dirigiendo el ministerio
desde la cárcel. Escribiendo,
aconsejando, guiando… a sus compañeros de siembra.
¿Dónde
estaban los compañeros de los momentos cumbre de su ministerio? La decrepitud
no atrae la mirada humana, eso solo se torna atractivo a los ojos del amor, de
la fe. El gozo desde una perspectiva humana es fugaz, se seca como el rocío
mañanero.
¿Habrán
muchos Onesíforos, Epafroditos, Timoteos, Lucas… en la vida de tantos que han
entregado su vida por el evangelio y ahora se encuentran en la época invernal?
¿Debemos
preocuparnos por darle algún laurel, gratitudes, un abrazo, a aquellos que
después de una vida entregada, cuando ya están en retirada, sin las fuerzas
juveniles, sin la memoria fresca, con dolores un día sí y otro también…? Ya sé
que los cristianos no debemos esperar nada de este mundo, pues hay una gloria venidera.
Pero de repente me encuentro en la Palabra que debemos ser agradecidos. Pablo
mismo pide misericordia para Onesíforo y su familia. Agradece las ofrendas, la
hospitalidad, el trabajo de todos.
¿No
será que esto me debe llevar a hacer lo mismo, pues ejemplo tenemos?
No
hay héroes. Sino hombres y mujeres que luchan por ser como Cristo.
Dan
la impresión de no tener nada… ¡Y lo tienen todo! Los imaginan tristes, y están
siempre alegres… Parecen pobres y enriquecen a muchos.
Jacqueline de Salamanca
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