miércoles, 16 de enero de 2013

En todo tiempo ama el amigo





¿Necesitaba este siervo de Dios a otros en estos momentos? Como fiel soldado de Jesucristo seguro que no se echaba atrás a la hora de las penalidades; es evidente que sintió el aguijón de la soledad y el abandono. Cristo mismo buscó la compañía de Pedro y de los hijos de Zebedeo en Getsemaní porque su alma estaba triste. El Hijo de Dios también se sintió abandonado; podemos pensar cuánto necesitaba tener en ese momento de agonía a todos sus discípulos. Dios mismo dijo que no era bueno que el hombre estuviera solo.

Pablo vive también momentos de angustia; la coyuntura le era poco favorable, estaba considerado como persona non grata, acusado injustamente por Nerón… Los más cercanos y fieles estaban cumpliendo con su deber de extender el evangelio, había que continuar la siembra. Otros se habían dispersado; no era para menos, sus vidas corrían peligro a causa de la persecución, no habían entendido que sostenidos por la fuerza de Dios podían soportar el sufrimiento en aras de la propagación del evangelio.

El apóstol, ya anciano, enfermo y sabiendo que el tiempo se le acababa, seguro recordaba la primera vez que fue encarcelado. Nada más llegar a Roma le recibieron sus hermanos.
Ahora, se les había acabado el compromiso. Pero siempre queda un remanente; Lucas estaba ahí, como fiel amigo. No se avergonzaba de dar la cara por el Señor y por el apóstol, su prisionero… Tal como él le había pedido por escrito a Timoteo, que fuese un buen soldado de Cristo y se mantuviera fuerte, apoyado en su gracia. Cómo se valora a los que resisten de forma incondicional y que están dispuestos a darlo todo. Todo lo contario de Himeneo, Alejandro, Figelo, Hermógenes, quienes por razones diversas desertaron, no le respaldaron en este momento de necesidad. ¿Qué pasaba con los otrora fieles y comprometidos colaboradores?

Pero Pablo, aun en medio de su valle de sombra de muerte, triste por la separación de aquellos con los que compartía el pan, las alegrías, las tristezas. Aquellos por los que había dado la vida para anunciarles el mensaje evangélico acompañado de poder, de Espíritu Santo y de profunda convicción. Parece que tomara las palabras de Habacuc cuando dice: ¿Por qué me haces ver tanta iniquidad y, sin más, contemplas la opresión? Ante mí veo violencia y destrucción; surge la querella y se alza la contienda. La ley se ha vuelto inoperante, ya no prevalece el derecho; el impío puede acorralar al justo, cuyo derecho queda conculcado.



Él lo sabía; no en vano había dicho: Que el Dios de la esperanza llene de alegría y paz vuestra fe  para que desbordéis de esperanza sostenidos por la fuerza del espíritu. Se trataba de complacer a Dios, y si eso implicaba padecer sufrimientos y ultrajes, estaba dispuesto a entregar no sólo el mensaje evangélico sino incluso la propia vida. Esto me lleva a pensar rápidamente en nuestros hermanos que no escapan de los peligros allá por Mexico, Irak, Irán, China, Corea del norte. Perseguidos pero no abandonados; en apuros pero no desesperados…

Sin embargo, el reino de los cielos ya se había acercado… y lo pudo ver aquí y ahora en forma de hombre, de prójimo, de samaritano… Era Onesíforo. Siempre queda un remanente, ¿verdad? Seguro que muchos de los hermanos habían orado por él. Recuerdo cuando lo pedía a los romanos (Ro. 15.30). Y ahí estaba Onesíforo cargado de misericordia, y de seguro cargado de más cosas, materiales y de afecto.

Agradece y valora; bendice al buen amigo. Abandonado, rechazado e injuriado, Pablo hace gala de su contentamiento. La ortopraxis elevada a la máxima potencia.
Onesíforo le visitó en los peores momentos, mostrando generosidad y gratitud. Dice que le buscó de forma impaciente, sin descanso hasta encontrarle. Perseverante.

Jesús había mencionado a los presos y cuál debía de ser nuestra actitud hacia ellos en Mateo 25.36. Y esto hizo Onesíforo, dispuesto a ser refrigerio para Pablo, su compañero de milicia. Dispuesto a darse en sacrificio, simulando a Cristo, pues podían acusarle también. Y destaco la alusión que el apóstol hace a la familia de Onesíforo, lo cual quiere decir que ésta apoyaba plenamente la decisión tomada por él con todas las consecuencias inherentes a la misma.  Y no estorbaron su obra; ya en Éfeso había sido un efectivo colaborador de los que llegaron allí para predicar el evangelio.

Y dice más: que Onesíforo fue su paño de lágrimas, como el tuyo o el mío en medio de esta generación… Ni el mismísimo Pablo se libró de derramar lágrimas a punto de necesitar ayuda para enjugarse. ¿Pero qué podemos pedir más nosotros cuando nuestro Dios al bajar a este mundo derramó las suyas? En su humanidad exclamó: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado? (Mr 15.34).
El enemigo tenía intención de desanimar y abatir, incluso hacerle abandonar su ministerio, como le puede pasar a cualquiera, a este siervo de Dios fiel, humilde, obediente… Pero él mismo había dicho: Esta es la razón por la cual nunca nos desanimamos. Aunque nuestro cuerpo mortal se va desmoronando, nuestro ser interior va recibiendo día tras día nueva vida… Esto que ahora vemos pasa; lo que aún no se ve, permanece para siempre (2Co 4.16-18).

El enemigo es muy fuerte y se vale de todas las estrategias. Todo con tal de hacernos abandonar a nuestro Dios, de hacernos ver todo lo negativo y de lo difícil que es caminar por esta tierra. Numerosos ejemplos tenemos en la Biblia que nos dicen que esta etapa la vivieron grandes siervos de Dios, mujeres y hombres, que se sintieron desalentados y decepcionados; y de seguro que había muchos que dijeron que no existía una teología del sufrimiento pues solo la prosperidad puede acompañar a los que verdaderamente han creído. Una estrategia más del enemigo.

El abatimiento de Jesús, como humano, nos da la licencia para sentirnos abatidos, para que Pablo su siervo se sintiera abatido. Pero sabiendo que Su voluntad es perfecta. Cristo deseó que el vaso pasara de largo, pero también que no se hiciese su voluntad sino la de su Padre. Entonces, ¿podemos decir que el apóstol en este momento de tristeza, no tenía fe? No; de ninguna manera, pues ya había entendido que el poder de Dios se perfeccionaba en su debilidad. Debía bastarle Su gracia.

Por eso, mi hermano, no te sientas desanimado. Santiago dice que el mismo Elías estaba sujeto a pasiones. ¿Qué pues pediremos nosotros? ¿Ser más? ¿Cuando hay uno que se sintió en agonía por nosotros, usurpando la nuestra? ¿Qué pues pediremos?

¿Quién nos va a apartar del amor de Dios? ¿Enfermedades, persecuciones, insultos, burlas, murmuraciones…? Pues va a ser que no. Si Él es por nosotros, ¿quién contra nosotros?

La visita de Onesíforo le había dejado un stock de fortaleza y ánimo para muchos meses, lo afirmamos porque lo podemos sentir en nuestra propia piel. Sólo hemos cambiado de siglo. Esos recuerdos le animan a seguir dirigiendo el ministerio desde la cárcel.  Escribiendo, aconsejando, guiando… a sus compañeros de siembra.
¿Dónde estaban los compañeros de los momentos cumbre de su ministerio? La decrepitud no atrae la mirada humana, eso solo se torna atractivo a los ojos del amor, de la fe. El gozo desde una perspectiva humana es fugaz, se seca como el rocío mañanero.
¿Habrán muchos Onesíforos, Epafroditos, Timoteos, Lucas… en la vida de tantos que han entregado su vida por el evangelio y ahora se encuentran en la época invernal?

¿Debemos preocuparnos por darle algún laurel, gratitudes, un abrazo, a aquellos que después de una vida entregada, cuando ya están en retirada, sin las fuerzas juveniles, sin la memoria fresca, con dolores un día sí y otro también…? Ya sé que los cristianos no debemos esperar nada de este mundo, pues hay una gloria venidera. Pero de repente me encuentro en la Palabra que debemos ser agradecidos. Pablo mismo pide misericordia para Onesíforo y su familia. Agradece las ofrendas, la hospitalidad, el trabajo de todos.
¿No será que esto me debe llevar a hacer lo mismo, pues ejemplo tenemos?

No hay héroes. Sino hombres y mujeres que luchan por ser como Cristo.  

Dan la impresión de no tener nada… ¡Y lo tienen todo! Los imaginan tristes, y están siempre alegres… Parecen pobres y enriquecen a muchos.


Jacqueline de Salamanca







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